Un profeta del siglo VII a.C. de nombre Jeremías dijo que “las costumbres del pueblo son vanidad”, porque un leño “está adornado con plata y oro, y con muchos clavos está asegurado para que no se pueda mover” (Jeremías 10:3-4). Jeremías se refiere al hábito pagano de adorar «objetos inútiles» en lugar de adorar al Señor, «el Dios verdadero».
Aunque el árbol de Navidad no existía como tal, la declaración de Jeremías muestra que cortar un árbol para decorarlo o, como hacían los babilonios, dejar regalos debajo de él, es una costumbre antigua.
Tertuliano, cristiano que vivió entre los siglos II y III d.C., fue un gran crítico de la práctica de colgar laureles (hojas de laurel) en las puertas y encender velas en las calles, como hacían los romanos en las fiestas de Saturno (Saturnalii (del latín Saturnalius )). Los celtas decoraban los árboles con frutas y velas durante el solsticio de invierno. Esta era una manera de «revivir» el árbol y asegurar el regreso del sol y de la exuberante vegetación.
No hay duda de que el árbol siempre ha sido símbolo de fertilidad y regeneración.
El cristianismo adoptó y transformó estas tradiciones paganas cuando era imposible erradicarlas. Aunque se desconoce el origen exacto de esta tradición de decorar el árbol, existen varias leyendas que cuentan la historia del árbol de Navidad.
Se cree que la costumbre se remonta al siglo I d.C., cuando un evangelista inglés llamado San Bonifacio viajó a Baja Sajonia.
Cuenta la leyenda que, en esta tierra, existía una comunidad pagana que realizaba ritualmente un sacrificio humano al dios Thor. Este sacrificio se realizaba alrededor de un roble considerado sagrado y conocido como el «Roble del Trueno».
En la víspera de Navidad del año 723 d.C., Bonifacio, el emisario de la Iglesia católica para evangelizar la región, decidió detener el acto y salvar la vida del niño que iba a ser sacrificado.
El evangelista puso en práctica su plan. Bonifacio cortó la encina ante la mirada atónita de los lugareños y, después de leerles versículos del Evangelio, les ofreció en su lugar un abeto (que plantó en lugar de la encina), un árbol de paz que «representa la vida eterna, porque sus hojas están siempre verdes’ y su copa ‘apunta al cielo’.
El origen de las decoraciones del árbol de Navidad también proviene de las acciones de San Bonifacio. Poco después de talar el roble sagrado de la comunidad pagana de Baja Sajonia, decoró el árbol con elementos que recuerdan a historias bíblicas: manzanas para simbolizar el pecado original cometido por Adán y Eva; velas que, cuando se encendían, hacían referencia a la gracia de Dios; e incluso representaciones de ángeles. Para que la comunidad se olvidara de los sacrificios humanos, los representantes de la Iglesia regresaban cada invierno para inspeccionar el árbol y decorarlo.
Más interesante
Con el tiempo, las civilizaciones de todo el mundo comenzaron a aceptar la tradición del árbol de Navidad y lo adoptaron como parte de sus festividades navideñas. Por supuesto, la decoración ha ido cambiando a lo largo de los siglos.
De hecho, esta es la razón por la que la Iglesia permitió que el árbol de Navidad fuera colocado en el centro de las celebraciones por el nacimiento del «hijo de Dios». El poderoso significado que conlleva, así como la historia que le dio origen, es para los religiosos un signo del triunfo de la luz sobre las tinieblas paganas. Qué mejor mensaje para transmitir en este momento.
Son muchos los que afirman que Alemania fue la patria del primer árbol de Navidad en 1605. Los ciudadanos decidieron utilizarlo para decorar y crear un ambiente festivo durante el frío invierno.
Aunque aún no está claro el origen de esta tradición, no hay duda de que esta costumbre se popularizó y se convirtió en un elemento imprescindible de la Navidad.
Lo que comenzó como un ritual pagano fue adoptado por los cristianos y transformado en lo que hoy se conoce como el árbol de Navidad.
