Friedrich Miescher, el biólogo olvidado que descubrió el ADN en 1869

Elena Garcia Por Elena Garcia 6 minutos de lectura
Friedrich Miescher, el biólogo olvidado que descubrió el ADN en 1869 -Revista Interesante

Tubinga, Alemania, 1868. Diez años después de la publicación de El origen de las especies de Darwin, el joven suizo Friedrich Miescher examina vendas llenas de pus extraídas de soldados con heridas infectadas.

El olor que había en aquella habitación era difícil de soportar, pero cualquiera que trabajara en el laboratorio del biólogo Ernst Hoppe-Seyler tenía que soportar varios olores fuertes provenientes de las materias primas científicas que se encontraban allí.

La historia de Friedrich Miescher es sumamente interesante. Miescher intentó ser médico. Terminó sus estudios, pero la rutina en un consultorio médico no le atraía. Buscó el consejo de Ernst Hoppe-Seyler con la esperanza de seguir una carrera científica; consiguió un trabajo en su laboratorio y se le asignó la tarea de investigar la composición química del núcleo celular.

Los glóbulos blancos, las «células soldado» de nuestro sistema inmunológico, tienen núcleos particularmente grandes, lo que los convierte en excelentes candidatos para esta tarea.

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Y si hay un buen lugar para recolectar glóbulos blancos, es una herida infectada, donde aparecen en grandes cantidades para detener la propagación de bacterias. De ahí los apósitos llenos de pus recogidos en una clínica cercana.

Miescher esperaba encontrar proteínas en los núcleos de sus células. Quizás uno o dos lípidos, pero sobre todo proteínas.

Las proteínas son, a escala microscópica, las «máquinas de trabajo de la vida». Realizan todas las funciones importantes en el cuerpo de cualquier ser vivo: desde las enzimas digestivas hasta la queratina del cabello.

En el siglo XIX nadie tenía idea de la función del núcleo de una célula. Pero fuera lo que fuese, no había razón para pensar que no involucrara proteínas.

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Después de aislar los núcleos y someterlos a todo tipo de experimentos químicos, Miescher dio con una sustancia única. Además de hidrógeno, oxígeno y carbono (átomos que ya son comunes), contenía una cantidad inusual de fósforo.

No era una proteína. De hecho, no coincidía con la descripción de ninguna molécula orgánica conocida. Miescher nombró a la sustancia nucleica. Y se preguntó para qué servía. Ahora bien, esta sustancia se conoce como ácido desoxirribonucleico (ADN).

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En 1866, Ernst Haeckel había hecho la suposición visionaria de que la información hereditaria se almacenaba en el núcleo de la célula, y Miescher tenía esto en mente. ¿Podría ser algo así?

Ernst Hoppe-Seyler, por su parte, se dio cuenta de que su alumno había descubierto algo especial, pero no quiso dar una falsa alarma: pasó meses revisando los experimentos.

El resultado no se publicó hasta 1871 y tuvo el mayor impacto en la comunidad científica, aunque en ese momento nadie pudo comprender lo que realmente había sucedido: Miescher había descubierto el ADN.

Friedrich Miescher, el biólogo olvidado que descubrió el ADN en 1869 -Revista Interesante

Pasaron los años y Miescher se entusiasmó. Se dio cuenta de que el ácido nucleico también estaba presente en el esperma de varios animales. Estimó su fórmula, aunque erróneamente, y dedujo que estaba dividido en cuatro nucleótidos, sí, los mismos que hoy conocemos como letras A, T, C y G.

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Miescher también reconoció el papel del núcleo en el sexo femenino o masculino: «si queremos establecer una sola sustancia como causa específica de la fecundación (del óvulo por el espermatozoide), entonces el núcleo debe considerarse por encima de todos los demás».

Y la guinda del pastel: en una carta a su tío de 1892, especulaba que el núcleo podría transmitir el mensaje hereditario «del mismo modo que los conceptos y palabras de todas las lenguas pueden expresarse mediante las letras del alfabeto».

Friedrich Miescher, el biólogo olvidado que descubrió el ADN en 1869 -Revista Interesante

Miescher murió a la edad de 51 años, seguro de que el ADN almacena información pero incapaz de entender cómo lo hace.

Su visionaria corazonada no sería demostrada hasta 1944, más de 70 años después, cuando Watson y Crick descubrieron la estructura de la molécula basándose en el trabajo cristalográfico de Rosalind Franklin.

Darwin, por su parte, murió decepcionado por no poder explicar la transmisión de información hereditaria de padre a hijo. Sin él, la teoría de la evolución por selección natural nunca podría demostrarse.

Es fácil ver por qué: supongamos, por ejemplo, que la información hereditaria estuviera contenida de alguna manera en un líquido y que este líquido se mezclara con el de la pareja sexual. Hoy en día es una suposición tonta, pero en aquel momento era plausible.

El hecho de que todos nuestros genes se hereden de la madre o del padre, pero no de ambos al mismo tiempo (y que uno de esos genes sea dominante mientras que el otro sea recesivo), permite que las características hereditarias se mantengan intactas y hace que sea posible selección natural. Un descubrimiento que habría traído algo de paz a Darwin.

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